En buena hora, arquitecto

BIEN DIJO SÉNECA QUE DESDE LA INFANCIA DA SEÑALES EL INGENIO.

De todos los niños del salón, el mío era el que no tenía cartuchera. Para él, ese envase plástico lleno de útiles escolares era una caja de herramientas para soñar, idear, crear. En otras palabras, una fuente perpetua de inatención durante las horas de clase. El día que armó un muñeco cuyas extremidades eran lápices, y su torso un borrador, la maestra se la confiscó.

“Se distrae demasiado”, me dijo.

Pero las mentes curiosas no descansan. Sus siguientes obras fueron hechas con retazos minúsculos de papel y clips que recogió del piso.

No por ser su madre, pero siempre me pareció un niño con un ingenio prodigioso.

Vivió sus primeros años antes de que la tecnología invadiera nuestras vidas y robara infancias. Pero no me pedía juguetes costosos ni nada extravagante. Las gavetas de la casa eran cofres maravillosos, repletos de tesoros por explorar. Asomaba su carita en las mías  y me pedía que le regalara de mis “cosas viejas”. Era feliz con un tornillo, lo que quedara de un lápiz, calcomanías o tuercas.

Los mejores regalos que podía darle eran cuadernos e implementos de escritura. En mis cumpleaños, yo recibía piedras pintadas y llaveros decorados.

El primer celular que tuvo fue un Sony Ericsson que le regaló su papá. Yo estaba molesta, porque me parecía un obsequio inapropiado para un niño tan pequeño. Pero no me debí preocupar. 

Lo llevaba a todos lados, como si fuera una mascota, pero al cabo de una semana, me lo entregó voluntariamente. “Mami, ten. Ya no quiero el celular”, me dijo. “¡Es que nunca suena!”. 

Más adelante, se pasaba horas armando Legos complejos, con millares de minúsculas piezas. Recuerdo haber salido una mañana de la casa, mientras él empezaba a armar el Halcón Milenario de la Guerra de las Galaxias. Cuando volví, al final del día, lo encontré en el mismo sitio, con la gigante nave casi lista.

Por eso, nunca tuve dudas de que, llegado el momento, optaría por una carrera que le permitiera crear. Cuando concluyó la escuela y anunció que estudiaría arquitectura, mi corazón se hinchó de alegría.

Pero esa alegría quedó chica al lado de lo que siento hoy, al verlo subir al podio a buscar el diploma con el que concluye cuatro años y medio de darlo todo por cruzar su línea de meta, compitiendo solo consigo mismo.

En este tiempo, me maravillé continuamente con su capacidad de fajarse, estresarse, trasnocharse el tiempo necesario para llegar listo a la entrega de los trabajos, y luego caer como roca por 36 horas seguidas en el sofá. 

Su tenacidad, disciplina, la habilidad de enfocarse en sus objetivos y no desanimarse a pesar de los obstáculos, demuestran que cuando uno disfruta lo que hace y lo que estudia, no se distrae con lo que hay en la cartuchera.

Felicidades hijo.

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