En los zapatos ajenos

¿A quién no le ha pasado? Es una falta en la que todos caemos de vez en cuando, en mayor o menor medida, ya sea en voz alta o en la privacidad de nuestras cabezas.

Te enteras de algo y de una vez brincas a opinar si está bien, si está mal, si pudo ser mejor o si esto es lo peor. Puede ser de algo tan trivial como el vestido que alguna conocida eligió para ir a una fiesta, en temas de relevancia como la educación que algunos padres les dan o no a sus hijos, hasta decisiones trascendentales en la vida personal ajena, como si una mujer decide perdonarle abusos o infidelidades a su pareja. Seamos francos, ninguno de estos temas nos competen, pero lo más probable es que cuando opinemos, va a ser para criticar las decisiones ajenas. Por alguna razón, el solo hecho de pensar que somos más inteligentes o capaces que los demás nos hace sentir que en verdad lo somos. En algún momento es incluso posible que salga a flote la frase “si yo fuera ella…” o “si eso me hubiera pasado a mí…” y empecemos a enumerar tooodas las cosas que hubiéramos hecho diferente de habernos pasado a nosotros tal cosa.

¡Pues les cuento que eso es mentira! Si fueras tú la persona a quien le ha pasado X cosa, estuvieras sintiendo, pensando, evaluando la situación exactamente igual que ella. Por lo tanto, llegarías a la misma conclusión y a las mismas decisiones.

Esto que les estoy diciendo no es material original de mi cabeza. Lo escuché hace unos años en un seminario, y caló tan firme que aún lo recuerdo y por eso se los comparto esta semana. En el calendario judío estamos en los 10 días de gracia entre el Año Nuevo, día en que somos juzgados, y el Día del Perdón, en que nuestra suerte es sellada para el nuevo ciclo que se inicia. En estos días le pedimos al Creador que nos juzgue favorablemente, así que me parece un momento oportuno para elaborar en este tema. Después de todo, si pedimos misericordia para uno, lo ideal es tenerla con los demás.

En dicho seminario el orador decía que nunca puedes juzgar a los demás hasta que no estés en sus zapatos. Estar en sus zapatos no significa imaginarte hipotéticamente qué harías tú, Juanita. Es meterte en la cabeza, en el cuerpo y en el alma de Paquita. Como ven, es imposible ponerse 100% en los zapatos ajenos. Entonces, ¿no es innecesaria toda esta premisa? ¿No es más fácil decir “no juzgues” y punto?

No, para nada. El ejercicio de “ponerte en los zapatos ajenos” te ayuda a desarrollar la empatía, sensibilizarte con los demás, lograr una mayor apreciación de las tribulaciones ajenas, y por consiguiente, refinar tus propias cualidades.

En otras palabras, ponerte en los zapatos ajenos te hace a ti una mejor persona. Eso es algo a lo que todos podemos aspirar.

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