el café con teclas
La hora exacta es…
UNA LLAMADA AL 105.
Mis hijos siempre refunfuñan, pero a mí no me cambia lo que piensen, quieran o puedan decir: deben seguir mis reglas.
Como en mi casa es tan difícil lograr obediencia, he procurado que el reglamento interno sea corto y la principal norma es la hora de la cena.
No me importa si uno ya comió, si el otro no tiene hambre, si alguien está durmiendo una siesta, están en un Zoom, cita, compromiso, o si piensan salir más tarde. Quiero ver a TODOS en torno a la mesa.
No se trata de la comida. Se trata de convivir y compartir trocitos de vida. Entre dejar un rastro de arroz desde la bandeja hasta el plato y regar la salsa sobre el mantel, vamos echando cuentos y creando nuevas historias. Como esta:
Mi hijo Cosa #2 expresó que su reloj de mano no estaba funcionando bien; se había retrasado. Analítico como es, se puso a elucubrar en cómo hacía la gente en los tiempos de antes para saber la hora exacta.
Al escuchar esto, vi la oportunidad de aportar una gema de mi época.
“Cuando yo era chiquita”, empecé emocionada, “llamábamos al 105 y te daban la hora exacta”.
Al parecer, nadie me entendió. Por lo visto, la idea de usar un teléfono fijo para llamar a investigar la hora, en una época en que los teléfonos celulares te dicen la fecha, hora, chistes y últimos acontecimientos, no hace mucho sentido. Tuve que repetirlo, y de hecho, ofrecerme a hacer una demostración.
Brinqué hacia el teléfono, entusiasmada, y marqué 105. “No sé si hoy en día todavía funcione”, aclaré, para no quedar como mentirosa en caso tal, pero, ¡miren! Contestó la misma voz de antaño.
Me decepcionó que no compartió palabras de sabiduría (“El teléfono es para acortar distancias, no para alargar conversaciones”) ni consejos de vida (“Use, no abuse del teléfono”) y que fue directo a “La hora es 8:10 p.m.”.
“¡Vieron, vieron!”, exclamé complacida en exceso. Así se debió sentir Cristóbal Colón cuando gritaron “¡Tierra a la vista!”.
El problema es que no eran las 8:10. Eran las 8:24 p.m., como se apresuró a señalar el sabiondo de Cosa #2, seguido de la carcajada estrepitosa de todos los demás.
Volví a llamar, ¡y de nuevo me dio la hora equivocada! Y lo peor de todo, creo que la llamada ni siquiera es gratis.
Me equivoco. Lo peor de todo no fue eso. Fue cuando Cosa #4 exclamó, “Mami y la señora del 105 se parecen: las dos son anticuadas”. Grrrrrr.