La monedita que nadie quiere

Acabo de salir del súper. El gentil muchacho que me empacó el mercado, me acompañó al garaje y metió las bolsas en el baúl del carro, trató de disimularlo pero igual pude ver la decepción en su cara cuando le di la propina. ¿Será que pensó que le di un cuara? Qué va, sabe que es un martinelli, pero estas monedas no hallan gracia con nadie. Aunque vale un dólar, es como plata de segunda categoría.

Cuando voy a la farmacia y tengo que pagar 90 centavos con un billete de $5, el cajero me advierte, un poquito apenado, “solo tengo martinellis, ¿no le molesta?”, a lo que le contesto “plata es plata” (igual, si solo tiene martinellis, ¿de qué me sirve rezongar o rehusarme a que me dé $4 de vuelto en las infames monedas?). Luego procede a explicarme que hay gente que simple y llanamente se niega a aceptar la oveja negra del dinero. Pobre moneda, ¿qué culpa tiene de su dudoso origen y malhabida reputación? Hasta el nombre con el que ha sido bautizada tiene connotaciones medio despectivas.

Por supuesto, prefiero billetes a ese poco de monedas pesadas que ocupan espacio y que nadie quiere. No es nada más que te las encaletaron a ti, sino que sabes que va a ser engorroso deshacerte de ellas. Es como una papa caliente. Quieres deshacerte rápido de ellas, pero no encuentras cómo. Las máquinas dispensadoras de sodas y burundangas no las reciben, no puedes usarlas ni para pagar el estacionamiento, y los parquímetros tampoco las aceptan. Y cuando vas a utilizarlas de propina, te miran feo.

Si tienes billetes de un dólar y martinellis, apuesto que vas a tratar de gastar primero las monedas. Es más, sospecho que la mayoría de las personas prefiere tener cuatro cuaras en su billetera que un solo martinelli. Por lo menos yo, cuando tengo que pagar algo y las uso, me invade una sensación de triunfo. Eso es lo que se siente. Como meter un gol o algo.

Lástima que no valen su peso en oro. Tal vez así la cosa sería diferente.

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