el café con teclas
La peor respuesta
Durante las vacaciones me fui de paseo con mis hijos a Orlando y nos divertimos visitando las atracciones que ofrece el lugar.
Un día fuimos a Sea World. Los niños estaban emocionados de ver el espectáculo de las ballenas orca. Apenas entramos al anfiteatro, fueron corriendo a sentarse en las primeras filas, donde prácticamente está garantizado que te vas a empapar. Yo, por mi parte, prefiero mantenerme seca y no mojarme con agua con pis de ballena, así que me acomodé mucho más atrás, sin perderlos de vista.
No acababa de sentarme cuando siento el clac, clac, clac de unas piernitas pateando con ganas el respaldar metálico de las butacas. Esperé a ver si el niño paraba, pero como le estaba dando como si no hubiera mañana, y la mamá no le decía nada, me volteé y le dije: «Señora, ¿por favor puede hacer que su hijo deje de patear?». Quiero hacer la salvedad de que se lo dije bonito y con una sonrisa, porque yo también soy mamá, algunos de mis hijos también han hecho de las suyas, otros siguen haciéndolas y sé que a veces se salen de nuestras manos.
Pero la respuesta de esta señora me dejó aturdida. Me contestó tres palabras: “Tiene tres años”. Pensé que iba a añadir algo, pero no. Eso fue todo. Esta doña piensa que porque su hijo tiene tres años es normal que patee sillas. Tiene razón, ¡pero no por eso debe dejar que lo siga haciendo sin decirle nada!
Se me salió la indignación y le dije “Bueno, edúquelo”, ¿y saben qué me dijo? “Este es un parque para niños. Si no le gusta, la invito a que se cambie de puesto”.
O sea, plop, ¿qué pensó que yo era? ¿Una vieja cascarrabias que va a parques infantiles a buscar pleitos por diversión?
“Yo sé que es un parque de niños, estoy con mis hijos, quienes están sentados más abajo, sin patearle la silla a nadie”, le aclaré. Y me dice: “Seguro no son pequeños como el mío”. Si supiera… El menor de mis hijos tiene cinco años, y tengo cuatro más de todas las edades. Ahora que lo pienso, qué risa que esta novata me haya salido con tal cosa.
No se equivoquen. Yo tengo las manos llenas con los míos. Hay días que los regaño, les grito y hasta les doy con la chancleta, y nada. Pero es mi deber como mamá educar a mis hijos o fallar en el intento.
Me quedé en mi puesto, las patadas siguieron, y un ratito después me cambié a una fila más adelante. No vale la pena coger mala sangre por culpa de una racataca.
Pero saben, cuando uno termina una discusión, se te ocurren miles de cosas más que pudiste haber dicho. Y la principal fue: «¿A qué edad piensa empezar a educar a su niño?», porque obviamente esta señora pensaba que su hijo todavía estaba muy pequeño para ser corregido. Lo más probable es que si lo hubiera regañado, igual hubiera seguido pateando, pero los resultados en la crianza nunca son instantáneos.
Quiero ver cuando ese niño tenga 16 años y haga alguna trastada, si su mamá va a decir: “Es un adolescente”.
¿Será que estoy siendo un poco exagerada, hormonal o intransigente? No creo. Sus comentarios son bienvenidos.