La tarjeta más bella

Tener un hijo pequeño es más divertido que tener 10 años y ver una maratón en el Cartoon Network. Mi chiquito, por ejemplo, disfruta mucho dibujar y colorear. A menudo me entrega hermosos y coloridos trabajos que hace especialmente para mí.

Pero hace unos día me anunció emocionado: “Mami, ¡te hice una tarjeta!”. Yo, feliz, le contesté: “¡Gracias mi amor!”.

El procedió a entregármela con el pecho inflado, y añadió “¡Léela ma!”. Tragué en seco. Mi hijo cumplió 4 años hace poco y no sabe escribir. ¿Qué es lo que quería que lea? Le eché un vistazo a la tarjeta. Vi las rayas, círculos y demás jeroglíficos que plasmó en su cartoncito blanco, y tragué nuevamente en seco.

Le pasé de nuevo la carta a sus manitas y le dije: “Gracias cielito, ¿por qué no me la lees tú, mejor?”. Pero no me iba a zafar así tan fácil. “¡Tú mami! Es para ti; tú léela”. Ay, caramba…

Así que hice lo que se me ocurrió en el momento, improvisé, y comencé a leer… “Querida mami, eres muy buena, te quiero mucho, eres la mejor…”. Me volteé donde mi chiquito y le dije de nuevo gracias. “¡Es la tarjeta más bella que me han dado!”, exclamé, esperando con miedo a que me dijera que eso NO era lo que él había escrito. Pero me sorprendió de nuevo, contestándome: “¡Pero léela hasta el finaaaal!”. Al parecer había más.

Enfoqué de nuevo mis ojos sobre la tarjeta, y con mucha concentración agregué a mi lectura “y eres muy linda”. Le eché una mirada de reojo a mi hijo, y con solo ver la sonrisa de satisfacción en su carita, me di cuenta que aunque no podía leer lo que me había escrito, eso no era necesario para interpretar sus sentimientos.

Me reí y le di un abrazo. A veces las palabras de verdad están de más.

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