La verdadera maldad

Sobre películas no suelo escribir. Mis conocimientos son limitados como para hacer una valoración adecuada de una producción cinematográfica, pero el fin de semana pasado vi Joker (Guasón), y días después aún sigo pensando en ella.

Coincido con el comentario general que cataloga la actuación de Joaquin Phoenix como sobresaliente. No he visto ninguna de las películas de Batman, y lo que me animó a ver esta, fue la curiosidad de contemplarlo encarnar al villano de la cara pintada.

Lo que encontré desde la última fila del cine fue un drama desolador. Para mí, Guasón no es el verdadero villano. La verdadera maldad vive en una sociedad indiferente e indolente hacia las personas con trastornos mentales. Un mundo habitado por gente que, en vez de tenderle una mano compasiva, le dio una patada al abismo de su propia perdición.

Ciudad Gótica me pareció un espejo trastocado del mundo donde nosotros mismos vivimos; uno oscuro, triste y solitario. Un macrocosmos de lo que sentía a lo interno quien solía llamarse Arthur Fleck.

Observar la evolución del personaje me ratificó lo que siempre he pensado: que no existe nadie que sea absolutamente malo, ni enteramente bueno. La producción plasmó en la pantalla grande del cine lo que a menudo vemos en las pantallas chicas de nuestras casas: personas que eran frágiles para empezar, y terminaron completamente rotas, convertidos en autores de actos deleznables.

El sentimiento que me acompañó a lo largo de los 122 minutos que duró el filme fue uno de tristeza. No hay nada más lamentable que el potencial perdido. Al principio vi un muchacho perturbado, atribulado, consciente de sus limitaciones, pero también con ilusiones igual que cualquier otro, ganas de ser valorado, y más que nada, comprendido y acompañado. Sin embargo, fue dejado a su suerte. Le falló el sistema, la vida y la gente.

La parte en que Arthur finalmente logra presentarse en el club de comedia Pogo´s, rasgó mi corazón de espectadora. Se veía tan vulnerable sobre el escenario que yo, desde mi silla y en mi cabeza, lo animaba para que hiciera una buena función. Y pensé aliviada que lo había hecho, hasta que más adelante nos damos cuenta de que no fue así. Esa es otra cosa que me cautivó de la película: la línea ambigua que divide lo que es, de lo que pudo ser.

La última escena, cuando Guasón se levanta y se ve rodeado por la horda de payasos que lo vitoreaba, muestra la ironía de que finalmente halló la validación. Encontró su fama en la infamia.

Últimamente, concluyo que hay dos versiones para cada historia, y la que no conocemos, a veces es la peor.

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