Las perlas de la vida

Recuerdo la primera vez que escuché esta historia.

Fue en una tarde de esas que disfruté tanto en mi infancia, en que recorría de canto o canto playa Larga en Contadora con un vaso, una cubeta o cualquier otro recipiente en mano, en busca de conchitas y caracoles.

La mejor hora para hacer esto era cuando bajaba la marea, en que quedaban al descubierto millones de piedritas de colores que tapizaban la arena de esta isla soñada.

Por lo usual me iba con mi hermanita, que era mi secuaz y mi aliada, y entre ambas pasábamos horas en esta faena, hasta terminar con las cubetas llenas y nuestros brazos y las caritas quemadas.

Al final de la tarde nos sentábamos a inspeccionar el botín. Depurábamos los recipientes, hacíamos intercambio y solo nos quedábamos con las más especiales.
En una de esas, encontramos una que era diferente a todas las que habíamos visto hasta ahora. Eran dos piezas casi idénticas, en un tono que degradaba de blanco a rosado, pero unidas por un filito.

Se la mostré a mi mamá y exclamó que parecía una ostra abierta.

“¿Qué es eso?”, le pregunté. Y procedió a contarme, palabras más, palabras menos, que las ostras son estos moluscos que viven cerrados, tranquilos y contentos en el fondo del mar. Pero que a veces se les mete un granito de arena y eso les molesta tanto, que se ponen a llorar. Y que todas esas lágrimas van cubriendo el granito de arena, y que al cabo de muchos años, ese montón de lágrimas termina transformando esa partícula renegada en algo hermoso: una perla.

Me maravillé con su relato. Aun siendo niña, sabía que las perlas son gemas valiosas, pero jamás se me hubiera ocurrido que algo tan lindo pudiera ser el resultado de un proceso tan malo.

Qué manera tan sensacional que tiene la naturaleza para recordarnos de qué se trata la vida: convertir los obstáculos en escalones y las pruebas en lecciones.

El proceso es largo, muchas veces doloroso, pero tenemos el potencial de convertir los sucesos que nos marcan en cosas por las que sobresalgamos.

Una perla es el resultado de algo que estaba supuesto a provocar malestar, sufrimiento e incomodidad. Pero esas lágrimas que virtió la ostra tornaron algo irritante y molesto en una joya hermosa y valiosa.

Imitemos a las ostras. Convirtamos las dificultades de nuestras vidas en perlas brillantes y preciosas.

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