Los ladrones andan sueltos

TOMEN PRECAUCIÓN.

La promesa de un domingo alegre y despreocupado se rompió como un vidrio. El de mi carro estaba intacto, pero al abrir la puerta, encontré un poco de cables pelados y salidos del espacio donde hasta el día antes estuvo el equipo de música. Mis lentes de sol, unos Versace de mentira, también habían desaparecido.

Bajo el manto de la noche, un malhechor había forzado la puerta de mi automóvil, e hizo de las suyas. O más bien, se hizo con las mías.

El silencio de la mañana en la apacible calle Alberto Navarro donde yo vivía a principio de los 90, se irrumpió con mi indignación, tristeza y rabia. Fue la primera vez que me sentí así, vulnerada en mi propiedad privada.

Compartía el carro con mi hermano, quien se había encargado de reemplazar el equipo original de sonido, por uno marca Aiwa, bien sofisticado en ese entonces, que le había comprado de segunda a un amigo. De esas bocinas salieron miles de canciones que me acompañaron en igual cantidad de kilómetros, dando vueltas con mis amigas en una época en que la gasolina parecía regalada.

Quien ha sido víctima de un robo, conoce ese sentimiento confuso al descubrir que ya no tiene lo que tenía. Y lo peor, porque alguien se lo llevó descaradamente.

Pero supongo que, dentro de todo, debo dar las gracias, porque el ladrón se había tomado la molestia de instruirse en el arte de forzar una puerta. No como ahora, que te destrampan las ventanas. 

Eso fue lo que le pasó hace unas noches a mi hijo. Salió del trabajo y se estacionó afuera de un establecimiento en San Francisco, a solo metros de la transitada calle 50, donde había quedado en reunirse con un colega y clientes.

No había pasado mucho, cuando una vecina dio la voz de alarma: a un carro le rompieron la ventana, para usurparle su contenido.

Esa noche el afectado fue mi hijo, quien vio con impotencia que donde había ocultado su mochila y computadora, ahora brillaban fragmentos de vidrio como escarcha. Hasta su abrigo se llevaron.

Los agentes de la policía que vigilan el área manifestaron que, solo en esa calle, ya han sucedido una veintena de casos similares. Hicieron énfasis es que no es suficiente ocultar los objetos de valor. Al parecer, los delincuentes serán unos mamarrachos, pero utilizan un equipo que puede detectar las baterías de litio de los dispositivos electrónicos.

Por lo usual, uno no aprende con las experiencias ajenas. Pero igual se las comparto, para que tengan cuidado.

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