Medicinas… no son para todos

Soy de la opinión de que las cosas se inventaron para usarlas. La medicina moderna es una maravilla, y las farmacias son una panacea, donde se encuentra alivio a un sinfín de males. Claro, todo debe ser en su justa medida. Hay personas que sienten que les pica un poco la nariz y ya decidieron que les quedan los días contados. Esos son los hipocondríacos, que echan mano de cientos de medicinas para afecciones reales e imaginarias. También están aquellos que quieren tomar antibióticos hasta para la caída del cabello, o van al cuarto de urgencias por una uña enterrada y hasta por dolor de muela (en serio, conozco gente así).

Pero la columna de esta semana hace alusión a otras personas, aquellas que no quieren ni van a tomar medicinas, y si lo hacen, es de mala gana. Hay varios perfiles y los categorizo así:

Plan Z: estos pacientes sí están dispuestos a utilizar medicamentos, pero solo cuando todo lo demás falló, llámese frotarse Vick Vaporub con periódico por el cuerpo, ingerir litros de vitamina C o untarse Colgate sobre una quemadura.

El superhéroe o el faquir: no, este sujeto no necesita medicamentos, porque sucuerpo tiene facultades casi mágicas. Además, enfermarse y tomar medicinas es para los débiles, y está seguro de que esa cortada gangrenosa se va a regenerar sola.

El “aquí no pasa nada”: “Achú, cof, cof, me siento bien, no tengo nada”, asegura este ejemplar de nariz roja y ojos lagrimosos, en un evidente estado de negación. Si esta persona trabaja en tu oficina, compra Lysol, mascarillas, y te deseo buena suerte. Probablemente está incubando una nueva cepa de H1N1.

El desconfiado o escéptico: las medicinas son malas y las enfermedades son conspiraciones orquestadas por las grandes farmacéuticas. Y si no tienes cuidado, vas a terminar con todo tipo de efectos secundarios, incluyendo pelos en la frente.

Los misioneros: no quieren tomar medicinas, y los respeto. El problema es que andan en una cruzada perpetua tratando de convencer a los demás para que tampoco lo hagan. Esto abarca desde tomarse una aspirina para el dolor de cabeza (“respira hondo y seguro se te quita”), hasta procedimientos más necesarios, por decir, la epidural. Por ejemplo, alguien que conozco tuvo a todos sus hijos a rejo limpio, sin anestesia. Admirable, si me preguntan; pero que no me venga a decir a mí que trate de hacer lo mismo, como intentó persuadirme cuando yo estaba encinta. Ejem, no voy a dar nombres, pero seguro está leyendo esto. ¡Así que toma nota!

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