Mi primera -¿o última?- vez

LA CLASE DE PILATES.

Abrir el capullo de sábanas en el que duermo envuelta nunca es fácil. Pero esa mañana, cuando sonó el despertador, me costó un poco más. Eran las 6:30 a.m. Los rayos del sol apenas se asomaban y yo ya estaba estresada.

Me aguardaba una clase de pilates de la cual no me podía zafar.

Cuando abrí El Café con Teclas, fue con la idea de impulsar diferentes intereses. El club de lectura me encantó, las tardes de música en vivo y los conversatorios que hemos tenido también. Pero en verdad no sé en qué estaba pensando cuando propuse una mañana de pilates en nuestra terraza. No tengo nada en contra de hacer pilates en particular, pero odio los ejercicios en general.

No iba a pedirle a nadie del personal que llegara a esa hora subhumana a abrir el local y atender a las clientas que se habían inscrito en la mentada clase. Así que fui yo, en ropa deportiva, porque si ya estaba en eso, ¿qué tan difícil podía ser participar y hacer pilates?

Muy.

La instructora, haciendo un ejercicio con las piernas, decía: “¡Vamos! 10 más”, y yo apenas había hecho dos, remolcando la pierna con ayuda de mis manos…

Las otras chicas, más jóvenes que yo, estaban dándolo todo. Pero yo, ahí acostada en mi tapete, sentía la brisa y miraba hacia el cielo, pensando “qué buen spot para dormir una siesta”.

Me puse a hacer un cálculo mental , y por primera vez me sentí feliz de ser una middle-aged woman,pues me dije que si no le tomé cariño a hacer ejercicios en la primera mitad de mi vida, qué me importa no hacerlo en la mitad que me queda.

Cuando nos mandaron a hacer algo que parecía los push-ups de antaño, aproveché para mandar una pequeña plegaria al cielo, pidiendo que nunca me toque correr por mi vida ni brincar un muro. Mis músculos blandengues no darían la talla.

Luego de culminada la clase, mi nuerita, toda tierna, me mandó por Whatsapp un video que filmó de este grupo prodigioso, ya que ella estuvo sentada en el tapete frente al mío.

O me quiere mucho y el amor es ciego, o está tratando de anotar puntos con la suegra. No resultó.

“Booorrrrrraaa eso”, le dije, con mucho, mucho énfasis. “¡Parezco una orca!”.

“¿Cómo que una orca?”, respondió. “Así, como la ballena asesina”, repuse, prestando atención a mi outfit negro y las medias blancas, estilo Lolita.

Yo practico el amor propio, y no soy de insultarme innecesariamente, pero verme struggling en el tapete para hacer el nivel 2 de pilates, me recordó las imágenes de las ballenas que quedan varadas en la arena, cuando la marea baja. #ReírParaNoLlorar 

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