Miedo a todo, menos a probar

En mi oficina nos la pasamos haciendo dos cosas: escribiendo y hablando. Bueno, también comemos mucho, pero eso hoy no viene al caso. En cuanto a hablar, es parte de nuestro proceso creativo. Por lo usual comenzamos en una cosa, y al final terminamos en otra, brincando de tema en tema como si fueran piedritas.

Les hago el recuento de un día en especial: estábamos hablando del Mundial, luego del álbum de Panini, de ahí las 600 veces que me salió repetida la figurita de Pejman Montazeri, lo que nos llevó a hablar del equipo de Irán, después del sha de Irán, de ahí avanzamos a su relación con el general Torrijos, y cómo el sha llegó a Panamá, y que yo lo vi en Contadora ese día en 1979. Seguidamente comencé a hacer memoria de los incontables fines de semana que pasé en la isla durante sus años dorados, cuando yo era chiquita. Y después de eso, recordé cómo una vez se celebró ahí un concurso de belleza (creo que fue Miss Panamá, pero no estoy 100% segura), y que mi amiga Michelle (que también estaba ahí) me preguntó si quería ser una de las niñas que le entregara el ramo de flores a las ganadoras. Y esta es la parte que me duele: le dije que no.

Así que empezamos con el Mundial, y no sé cómo terminé recordando traumas de mi infancia en Contadora con las flores de Miss Panamá. Tenía décadas de no pensar en eso, pero ahí en la oficina salió a flote la sensación pesada y lo boba que me sentí esa noche cuando vi a otras niñas de mi edad en el escenario entregando los ramos a las recién estrenadas reinas de belleza, sabiendo que yo pude haber estado ahí con ellas, y no lo hice, porque me daba pena, miedo escénico o no sé.

Todos tenemos miedos. Algunos más que otros, y de mayor o menor importancia. Miedo al dolor, a sufrir, pasar pena, hacer el ridículo, o perder dinero, energía o tiempo. Con los años me he dado de cuenta que mi miedo recurrente es probar cosas nuevas. No sé si es por no interrumpir el statu quo de la rutina o porque me falta valor para salir de mi zona de confort.

Hace como cuatro años me invitaron por primera vez a hablar en la radio. ¿Yo? ¿En la radio? ¿Qué tal si me quedaba muda, con la mente en blanco, o peor, si me ponía a tartamudear o decía algo sin sentido? Pero acepté porque me sedujo la idea de ESTAR EN LA RADIO, y durante mi participación sucedió algo maravilloso: me di de cuenta que me gustó. Se iba a acabar el programa y casi me tuvieron que quitar el micrófono de las manos. A partir de ahí adopté la política de aceptar todas las oportunidades que surjan, claro está, mientras no sean burradas, algo inmoral o ilegal.

Desde entonces, he sido maestra de ceremonia, he ido en excursiones, presentado premios, dado charlas, he sido jurado, viajado, madrugado y montado globo, de lo que recuerdo ahora. Siempre que me proponen algo nuevo tengo que hablar conmigo misma para superar el miedo a tropezarme, caerme, trabarme, o la pereza de darme la oportunidad.

Hace unos meses me invitaron a ser jurado para Señorita Panamá. ¿Yo? ¿Qué sé de eso? Nombe, no. Pero luego me dije: “¿Tienes algo más importante que hacer esa noche? ¡No! En el peor de los casos, vas a tener algo divertido que contar”.
¿Y qué creen? Llegó la noche del concurso, la pasé muy bien, siento que hice un buen trabajo, conocí gente interesante y terminé diciendo, “Ey, a la orden, llámenme de nuevo cuando quieran”.

No entregué las flores en los años 80, pero creo que ya hice el círculo completo.

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