Mientras espero en la fila

No sé por qué, pero cada vez que llego al banco, al súper, al cine o a cualquier sitio donde haya que esperar turno en una fila, termino en la que más demora.

Ah, y cuando me voy de viaje y debo pasar por migración, también. Si escojo la fila más corta, en algún punto delante mío siempre habrá alguien con cara de terrorista que va a tener que responder extensos interrogatorios y demorar la cosa para los que estamos atrás, haciéndome mirar hacia el techo y farfullar 10 veces que por qué tuve que escoger esta entre todas las demás.

Cuando llego al autobanco, invariablemente me toca a quien supongo que se le olvidó endosar el cheque, el que no puso su número de cédula o el que tiene algún otro zafarrancho.

En el supermercado, la que se le quedó la chequera, la que olvidó pesar sus vegetales o la que tiene un galón de leche chorreando y tiene que ir a buscar otro.

En un almacén, la mujer que llega a la caja con dos piezas, pero solo quiere una y no se decide por cuál, y retiene la fila mientras delibera entre si quiere el topcito con flecos o la camisa sin mangas.

En la farmacia me paro rápidamente detrás de quien veo con felicidad que solo tiene que pagar un artículo. Pero resulta ser que el código de barra de la crema para lavarse la cara no pasa. ¡Arghhh! Yo sé que no es culpa de ella, pero tampoco es culpa mía. Debí haber ido a la caja 4, pero luego reparo en que si me hubiera parado en la caja 4, probablemente ahora estaría pensando que debí haber escogido la 2.

Ahora mismo estoy en la fila del autobanco. De los cuatro carriles, me ubiqué en el que tenía dos carros. Los demás tenían tres. Pues qué creen, ya pasaron los tres carros de la fila de al lado, y me parece que en esa ventanilla ahora hay uno nuevo, pero yo aquí todavía parada tras un Nissan Versa que sepa uno si está haciendo un depósito de centavo en centavo.

Me parece que la palabra “maldición” es un poco fuerte para referirme a esta situación, pero es como si tuviera algún tipo de sortilegio encima, porque no pego una.

Recuerdo mi felicidad cuando unificaron las filas para comprar pop-corn en los cines de Multiplaza. Porque ahí también me pasaba lo mismo: me paraba en una, y cuando ya faltaba una persona para que llegara mi turno, se asomaban sus hijos, sobrinos, ahijados, raymundo y todo el mundo, a pedir lo que querían. ¡Y así no se puede! Por lo menos ahora es una sola, así que puedo disfrutar más confortablemente la película, pues me ahorré esos minutos de estrés.

Y ahora, mientras espero mi turno en el autobanco, no puedo creerlo, pero escribí una columna entera.

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