Palabras que matan

Mi mamá siempre puso mucho énfasis en la importancia de que sus hijas cuidaran su reputación y buen nombre. Como yo era rebelde, siempre le decía “¡Qué me importa lo que piensen los demás!”, así que para que esa enseñanza calara en mi cerebrito de adolescente, ella un día me contestó: “Imagina que eres un banco… Imagina que aunque tengas todo perfectamente en orden, comienza a circular el rumor de que tienes problemas financieros. Todas las personas que tengan cuentas contigo, irán sacando su dinero. Y si no tenías problemas para comenzar, por culpa de lo que piensan los demás, ¡seguramente terminarás en quiebra!”.

En su tiempo no le hice mucho caso, pero desafortunadamente, con los años me he dado cuenta que tenía razón. Y digo desafortunadamente, porque las palabras son instrumentos poderosos. Se necesita licencia para portar un arma, ¡pero todo el mundo puede hablar! Todos tenemos acceso a las palabras, y muchos las disparan de manera indiscriminada, vil y dañina. Me revientan las personas que hablan, critican, juzgan u opinan de las vidas ajenas, porque francamente no creo que midan el daño que pueden ocasionar.

A esas personas las catalogo así:

El piloto automático: Habla por hablar. No mide ni evalúa la calidad ni contenido de lo que dice, ni las repercusiones que pueden tener. Si lo hiciera, probablemente pensaría dos veces (o tres) antes de hablar.

El recolector: Se la pasa llevando, trayendo y vertiendo palabras como un camión de basura. ¡Qué desperdicio de tiempo y qué contrariedad!

La eminencia: Habla con total seguridad y dominio del tema. Quien la escucha pensaría que es íntima de la persona de quien se expresa con tanto lujo de detalles, cuando en verdad en su vida le ha hablado y tal vez ni siquiera la conoce en persona…

El pescador: Tira un comentario al aire, a ver qué saca. «¿Qué supiste de Fulanita?», pregunta, o “¿Qué hay de la vida de Menganito?”, son ejemplos de comentarios aleatorios que utiliza este espécimen para poner en marcha su labor investigativa.

El sembrador: No tiene idea de nada, pero con sus comentarios infundados siembra la semilla de la duda. “¿Es verdad que Pepito se está divorciando porque tiene otra?” “Suntanita se ve más gordita, ¿será que está encinta?” Puede ser que no haya nada más alejado de la verdad, pero para el que escuchó esta hipótesis, la semilla de la duda quedó sembrada. No hay pesticida que evite que cada vez que veas a Suntanita, la mires bien para ver si será verdad que está embarazada.

El olímpico: Si esto fuera una competencia, ganaría primer premio por saltar a las conclusiones (equivocadas, para colmo). “Paquito me comentó mi foto en Instagram… Debe ser que rompió con su novia”…

La verdad sea, dicha, nadie es santo y de vez en cuando todos sucumbimos a este mal. Pero debemos tratar de evitar caer en esto, porque no creo que Dios le mandó problemas a  los demás, para proporcionarle temas de conversación ni entretenimiento a nadie.

Las palabras pueden crear, modificar, destruir y rematar. Pero lo bueno es que así como hay palabras que matan, si las usamos con bondad y gracia, hay otras que pueden enaltecer, alabar, dar el beneficio de la duda, transmitir amor, dar consuelo y esperanza. En fin, usemos nuestras palabras para construir; no para acabar.

 

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6 comentarios

  1. Excelente. La verdad siempre.nos ocupamos.de ver el mal en los demos que en nosotros mismos cuando al final erminamos danandonos de igual manera. Siempre.he procurado medir mis palabras y comentarios ya que en mi juventud ese era uno de mis peores defectos. No nos damos cuenta hasta que nos toca ser la victima.

  2. Bellísimo mensaje. Y, aunque muy serio el tema, no le faltó el humor que siempre endulza este cafecito con teclas.
    Me quedo con la parte de «Dios no le mandó problemas a unos para darle tema de conversación a otros.»

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