HAY MAGIA EN TODOS LADOS.

La lata de soda fría sudaba sobre la mesita a mi costado, igual que yo en la tumbona. El sol, arrogante en lo más alto del cielo, nos sometía con sus rayos.

Esta tortura tenía escapatoria. Podía cobijarme en la sombra del bohío, pero de haber hecho eso, llegaría al lunes tan blanca como empecé mi fin de semana.

El resto de la casa aún dormía. Mis ojos paseaban entre las hojas de las palmeras, los copos de algodón dispersos en el cielo, y de pronto, una ardilla que brincaba por el pasto.

En mi casa del interior es habitual ver aves, iguanas, y de vez en cuando una infame zarigüeya. Pero no recordaba jamás haber visto uno de estos animalitos.

“¡Una ardilla! ¡Una ardilla!”, exclamé a nadie en especial. Alcancé a tomarle una foto, antes de que trepara un árbol y se escabullera entre sus ramas.

Horas más tarde, durante el almuerzo, le conté entusiasmada al resto de mi familia sobre nuestra inesperada visita. Las reacciones fueron nulas.

¿Será que soy la única que se maravilla con una ardilla pizpireta, una caravana de olas, un bello atardecer y otros espectáculos con los que nos deleita D-s cada hora, cada día?

No fue hace tanto en que contemplaba mis dedos pulgares lado a lado; los giraba y admiraba. Mis uñas estaban desnudas, y ambos dedos se veían igual. Seis meses antes, me cerré encima una puerta y quedé con mi uña izquierda herida, morada y magullada. Poco tiempo después, para mi gran trauma, se me cayó.

Es sorprendente la capacidad milagrosa que tienen nuestros cuerpos de regenerarse y sanar. No me cansaba de decírselo a mis hijos, pero ellos se aburrieron de oírme cada vez que les mostraba mis manos.

La verdad es que nos acostumbramos a ser y a vivir. Nos perdemos en la bulla de la cotidianeidad y nuestra alma se aletarga. 

Pero a pesar de que la vida a veces nos abruma, la magia existe. Es real y omnipresente, tanto, que tal vez por eso poco a poco perdemos la capacidad de maravillarnos.