Por qué pasan las cosas

Se dice que todo pasa por una razón. Esa razón puede ser el orden natural de la vida, la casualidad, la causalidad o cómo se alinearon los planetas. Pero hay otra categoría de motivos, una que pasa agachada porque nos da pena admitirlo, y es que a veces somos tontos y tomamos malas decisiones.

No me refiero a las malas decisiones comunes, como por ejemplo, pararte en la fila de la derecha en vez de la izquierda, o coger calle 50 en vez de avenida Balboa. Esas cositas son parte de la vida. Estamos todo el santo día tomando decisiones, desde que abrimos los ojos y contemplamos si pararnos o si dormimos un ratito más; cuando nos plantamos frente al clóset sin idea de qué ponernos; a la hora del almuerzo cuando no sabes de dónde pedir comida; hasta que caemos rendidos en la cama y debatimos si hacer el esfuerzo de ir a cepillarnos los dientes.

Yo hubiera pensado que tomamos mínimo unas 100 decisiones al día, pero al buscar en Google, resulta que investigadores en la Universidad de Cornell han determinado que un adulto promedio toma aproximadamente 226.7 decisiones al día relacionadas solo con el tema de la comida. ¿Qué les parece? Así que si terminan de comerse un bistec encebollado pensando que mejor hubieran pedido una pasta, tranquilos; no es grave.

Pero hay un nivel aparte de decisiones tan, pero tan malas, que cuando reparamos en nuestra falta de juicio lamentamos que no podemos flexionar nuestras piernas hacia atrás lo suficiente como para patearnos a nosotros mismos.

A mi juicio, lo que nos empuja a tomar malas decisiones es uno de estos factores:

Estás enamorado. Hay algo en esta condición, no sé si es algo que ocurre a nivel hormonal o cerebral, que nos pone medio torpes. Cada quien que evalúe en su propio historial a ver qué tontada ha hecho en nombre del amor.

Eres un sabelotodo. Jamás lo vas a admitir, pero sabes (o crees saber) la forma de hacer todo. Tal vez pidas consejos, pero al final vas a hacer lo que quieres y como quieres, a veces con resultados menos que notables.

Eres miedoso. Así que tomas decisiones fáciles. Y pocas veces las decisiones fáciles son las acertadas.

Eres demasiado confiado. Ves a tus hijos con su Segway nuevo y cómo se divierten usándolo. Se te olvida tu edad y decides probarlo. Eso fue lo que me pasó a mí. No me reventé porque tengo buenos reflejos y D-s es grande.

Tienes mal gusto. Qué les digo. Esta es la categoría de aquellos que ven diamantes y escogen vidrio; a quienes les sirven champaña, pero toman cerveza (es una metáfora). Es triste, porque el mal gusto no se cura.

Aprovecho para recalcar algo que aprendí leyendo las vallas publicitarias en el corredor Sur, antes de llegar a Tocumen. Había una con una cita atribuida a Einstein que decía: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. (Aunque en ocasiones, las peores decisiones producen las mejores historias).

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2 comentarios

  1. Eres genial en tus apreciaciones y conclusiones ……..te sigo pues no es un artículo más tienen mucho fondo ……..

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