Problemas de Comunicación

1984

Por cuestiones de negocios, mis padres viajaban al Oriente. En ese entonces, decir Oriente era más o menos como decir Marte: un lugar lejano, foráneo e inaccesible. Hay que recordar que el uso de las computadoras no era generalizado; no había celulares, internet o whatsapp. Ni siquiera habían máquinas de fax. Por eso, durante sus menudas y largas ausencias, mis padres se mantenían en contacto con nosotros, sus hijos, por medio de telex, que alguien tenía que ir a buscar a la oficina del Intel (el Cable & Wireless de esa época).

Las llamadas telefónicas larga distancia costaban un ojo de la cara, y no era algo tan sencillo tampoco. Había que llamar a la operadora, quien te dejaba en la línea, mientras se comunicaba con la operadora del otro país, para poner en contacto a personas en latitudes totalmente opuestas.

Por eso, cuando mi mamá nos mandaba razón que el lunes a las 8:00 de la noche nos iba a llamar, ya desde las 7:30 estábamos todos mis hermanos y yo bañaditos, en pyjamas, sentados en el sofá rojo del estudio, pegados al teléfono, esperando que sonara, con anticipación y alegría.

Cuando por fin sonaba el teléfono, se formaba una algarabía. Por supuesto, hablábamos en orden de edad. Yo, por ser la del medio, no tenía que esperar tanto, como los más chiquitos, que exclamaban impacientes «¡Pásamela, pásamela!». Si uno de nosotros tenía alguna novedad, queja, un pedido, problema o algo, era mejor que lo dijera en esos escasos minutos de conversación. De lo contrario, era necesario esperar hasta la siguiente semana en que mis padres llamaran de nuevo, o peor aún, a que regresaran de viaje.

 2014

Por cuestiones de negocios, mi esposo y yo nos vamos de viaje a un lugar X.

Los tiempos han cambiado un poco. Hay chat, snapchat, email y facetime. Ya ni siquiera es necesario llamar por teléfono. Hoy en día la comunicación es tan instantánea, que podemos conversar con la punta de nuestros dedos, y mandar fotos, mensajes de audio y videos a la vez. De hecho, mantenerse en contacto es tan pero tan fácil, que si quisieran, mis hijos pudieran llamarme a cualquier extremo del mundo, sentados desde el baño. Quizá por eso, es que no lo hacen.

Cuando yo llamo, también me toca esperar minutos enteros en la línea, pero no por culpa de la operadora, sino para darles chance de que terminen de hacer lo que sea que estén haciendo (presumiblemente jugando PS4 o viendo tele), antes de moverse y coger el teléfono. Y eso me molesta un poco, porque aunque llamar ahora es algo fácil y las operadoras están casi obsoletas, con el precio del roaming  las llamadas siguen costando un ojo de la cara.

No creo que esta situación sea exclusiva de mi casa. Y no dudo que mis hijos me aman y me extrañan cuando no estoy. Pero me inclino a pensar que cuando las cosas son tan fáciles y accesibles, irremediablemente no les damos el valor que se merecen.

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