Puede pasar

El viernes pasado amanecí traumatizada. En verdad, me fui a dormir la noche anterior con el trauma, y desperté en el mismo estado de agitación, con una sensación opresiva en el mero centro de mi pecho.

El jueves en la tarde, mientras subía el ascensor de mi casa, ojeaba la edición que iba a publicar al día siguiente, que por ser un especial, estaba bajo mi cargo editorial.

El ascensor iba subiendo y yo feliz pasando páginas, marinándome en la autocomplacencia de un trabajo en equipo bien hecho, contemplando la buena calidad de impresión, lo bonita que quedó la portada, lo variado del contenido, lo vistosa que estaba la revista… Casi escuchaba pajaritos silbando en mi cabeza, HASTA QUE abro la carta editorial (firmada por mí), y mis ojos aterrizan sobre una frase que escribí, y cito: “según una proyección de la consultora Deloitte, en 2025 [los mileniales] representarán el 25% de la fuerza laboral del mundo”.

Yo soy medio reprimida, pero se me salió/grité un “¡¡¡Nooo!!!” tan alto que, cuando se abrió la puerta del ascensor, antes de que yo pudiera sacar la llave de mi casa de la cartera, uno de mis hijos que había escuchado mi grito/alarido abrió la puerta y me preguntó “¿¡qué pasó!?”.

No sé cómo pasó, pero lo que pasó fue que escribí mal la cifra. No es 25%, es 75%, y como comprenderán, es un error de relevancia. Digo, no para morirse, pero sí para traumatizarse. 75 es 3 veces 25, en el teclado el 2 ni siquiera queda cerca del 7, y no puedo creer que dominando la información yo haya estado tan distraída como para escribir una cifra equivocada, y encima de todo, no haberlo detectado hasta que la revista estuviera impresa. ¿Ustedes tienen idea de cuántas personas y cuántas veces leemos todo el material antes de que se publique? Muchas, como mínimo, por lo bajo, cuatro.

Esto fue 10 veces peor que la vez que se me fue la palabra “chuchillo” en la sección de cocina, y la vez que me comí la ‘l’ y escribí que algo era “muy fáci”, o cuando se me escapó un punto final después de un título. ¡Los títulos jamás llevan punto!

Me paré de la cama con resignación, lista para la avalancha de insultos y recriminaciones que de seguro vería al abrir mis emails ese día.

Desahogándome en la redacción, todos tenían una historia similar que compartir. Y no crean. Acá todos somos profesionales, y aunque escribir contra el reloj y bajo presión es parte del trabajo, igualmente lo es sacar cosas bien y nítidamente escritas.

Lo que me trastorna es que leo las cosas montones de veces en pantalla y en papel, y no detecto nada. Pero apenas se publican, ¡bum! es lo primero que veo. El error es como un imán burlón. Solo falta que me diga “lero, lero”.

El día anterior mi hijo me había dicho: “Mami, ¿y si pides en La Prensa que te lo arreglen?”. Le contesté, agitando la revista en mi mano, “papito, ya está impreso”. Y repuso, “bueno, que arreglen las demás”. Qué inocencia, como si las revistas se imprimieran de una en una…

En cuanto a los emails recriminadores, ¿qué les parece que no llegó ni uno? Lo que me hace pensar: es que la gente no lee, tampoco detectan los errores, o es que los ven y saben que equivocarse es de humanos y que a todos les puede pasar.

Ojalá que sea la tercera opción.

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