Pupila en cuarentena

Si he salido 14 horas en los últimos tres meses, es mucho. Pero las pocas veces que me he aventurado al mundo exterior me he topado –igual que siempre- con la gente aquella que te pitan por lo que sea y te tiran el carro en una calle casi vacía. “Cónchale, ¡pero es que no han aprendido nada!”, les grito, aunque sé que no me van a escuchar.

En definitiva, hay personas que no se han pulido ni un poquito en los meses que hemos pasado contemplando la vida desde el encierro. Pero yo sí he prestado atención y estas son algunas de las cosas que he desprendido de la situación:

⁃ La gente buena se vuelve más buena; la gente mala se vuelve peor. Así es. Las personas que eran egoístas para empezar son las que arrasaron en los supermercados y las que se soplan la nariz con las recomendaciones de quedarse en casa. En cambio, quienes antes eran solidarios y desprendidos son los que ahora vuelcan su energía al servicio de los demás.

⁃ Si dentro del aburrimiento y la desesperación te cortas mal el pelo, no pasa nada. Crecerá. Así que no te estreses por esa ni por otras nimiedades. Igual estamos en casa.

⁃ Mi hijo Gabriel pasará el mes, el trimestre, el año –o lo que dure el encierro y las clases virtuales- con las notas que pueda. Soy mamá, no docente, y ya me di de cuenta que no puedo procurar que haga todo a la perfección sin que yo termine el día con dolor de cabeza, frustrada o con taquicardia. El pelaíto terminará cuarto grado aprendiendo lo más y mejor posible, y que se ponga al día en quinto, cuando vuelva a la escuela con maestras de verdad. Esas que tienen verdadera vocación y no pierden la paciencia explicando por sexta vez qué es una sílaba tónica y la diferencia entre palabras agudas, graves y esdrújulas.

⁃ Panamá no es un país; es una galaxia. Aquí hay un mundo habitado por personas que se han engordado consumiendo de todo en sus casas (incluso pidiendo deliveries), y otro donde sobreviven a duras penas personas que no tienen qué comer.

⁃ Nada está en nuestras manos, salvo lo que hacemos nosotros mismos. No podemos controlar el trayecto impredecible del virus, su efecto en la salud ni las consecuencias en la economía –aunque podemos tratar. Tampoco a los cabezadura que salen de sus casas sin un motivo de peso. La responsabilidad ciudadana es un ejercicio que se practica con el músculo de nuestra conciencia.

⁃ Recalibrar nuestras prioridades y valorar las pequeñas cosas. Compré una hamaca que ni se mece, pero se autosostiene en una estructura de metal que está a dos chaparrones más de desintegrarse. La compré por internet a un precio absurdo, tan barato, que más me costó el envío. Era la única hamaca que cabe en el minúsculo espacio de mi balcón, que en verdad no es ni siquiera un balcón. Pues hoy en día ese espacio de 35 pulgadas de ancho es mi único contacto con el aire libre. Antes de la pandemia tenía años de no pisar el “balcón”. Ahora es el espacio que más feliz me hace.

⁃ Justo cuando crees que tocamos fondo, puede ocurrir algo peor. El año comenzó con la amenaza de una guerra mundial, luego estalló la pandemia, después se avistaron ovnis, después Estados Unidos casi colapsa. Ahora hablan del ébola y de meteoritos. Cuando los astronautas a bordo del SpaceX salieron disparados hacia el espacio, casi lloro porque no me llevaron con ellos. Las cosas por acá se sienten medio caóticas, pero creo que mejor dejamos de quejarnos tanto y empezamos a agradecer un poco más.

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