Rozando la tercera edad

Exponerse a los rayos UV sin bloqueador solar, ser aburrido, dejar de manejar… Esas son cosas que envejecen a las personas a lo largo de un periodo laaargo de años. Pero si quieren saber algo que lo añeja a uno de la noche a la mañana, esperen a que su primer hijo cumpla 18 años y llegue a la mayoría de edad. Eso sí que te hace sentir tan antigua como una vitrola, como me sucedió la semana pasada.

No importa que el susodicho hijo me lleva una cabeza hace como tres años; tampoco hace diferencia que para darle con la chancleta debo protagonizar persecuciones por la sala y al final me toca afinar puntería y tirársela; ni que los fines de semana llega más tarde que yo a la casa; ni que tengo que mirar para arriba cuando quiero llamarle la atención de algo. (En ese renglón quiero añadir que aunque agites el dedo con vigor, los regaños no son tan efectivos cuando alguien es más alto y fornido que tú).

Me dice mi amiga Tammy que deje el trauma; que el pelao es solo un día más viejo que la noche anterior, pero qué va. ES UN ADULTO. No sé cómo ese trozo de ser humano cupo alguna vez en mi barriga.

¿Leyeron lo que puse arriba? Sí, ya sacó cédula y todo. O sea, podemos ir a votar juntos en las próximas elecciones y hasta compartir una botella de vino. Yo no tomo vino; él tampoco. Pero la esencia de lo que digo es lo mismo. ¡Soy muy joven para tener un hijo ADULTO!

No sé por qué esto me dio tan duro… El lunes pasado me senté a cenar de lo más normal, pero con esa sensación de que algo se me estaba escapando. Y de pronto, ¡pum! me acordé de que venía el cumpleaños al día siguiente y que todavía no había comprado ni cake ni tarjeta ni regalo.

Y en ese nanosegundo, cuando me puse a pensar en qué color o decoración debía pedir el dulce, me cayó encima el entendimiento de que los días de los Power Rangers y Drake y Josh quedaron atrás, al menos para este hijo. Ya me lo sospechaba, pero ahora quedaba recontra reconfirmado.

Sí, sí, en mi casa se siguen mis reglas, así que no me preocupa un levantamiento ni que haya insubordinación. Pero vaya, los años pasan, las cosas cambian, los hijos crecen, y uno aquí madurando como un aguacate…

C’est la vie.

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