Tapones, ¡fuera!

Cuando el aire acondicionado de mi cuarto se dañó, me tomó un tiempo darme cuenta. Al principio atribuí el zumbido que salía del techo a la remodelación perpetua del apartamento arriba del mío. Pensé que estaban puliendo el piso o algo.

Pero pasaron tres, cinco, siete días, y el sonido seguía. Imposible que demorara tanto tiempo pulir un piso, ni siquiera el de esos vecinos que les demora tres meses instalar un baño y como una semana guindar un cuadro. Además de que la bulla se escuchaba solo cuando mi aire estaba prendido.

Pasaron los días. Como al principio el sonido era solo molesto, y no tan perturbante, no hice nada. Pero transcurrió un par de semanas más, y lo que empezó como un zumbido necio se tornó en lo que parecía un helicóptero despegando adentro del cielo raso. A esas alturas ya me puse a llamar técnicos, a ver quién iba a ser el supermán que resolviera el asunto. Pero ninguno pudo dar con la solución al problema. Uno dijo que era algo de unos cauchos gastados que debía reemplazar, otro algo de ajustar el damper, pero nada de eso silenció la bulla.

Mis horas de sueño empezaron a verse afectadas. Cuando el ruido empezaba a perturbarme a las 2:00 de la mañana, apagaba el aire. Pero a las 4:00 a.m. ya no aguantaba el calor. Mis noches se tornaron en un conflicto entre escoger el menos peor de los males: si dormir sofocada o dormir trastornada.
¡Esto no podía seguir así! Estaba decidida a que había que hacer algo para resolver esta situación.

Pero en ese ínterin mi hermana me regaló tapones para los oídos. Que el Señor la bendiga. Eso fue como apretar un botón de mute. Ya veo por qué el día que sonó la alarma de incendios del edificio la fresca no se dio por enterada. En mi caso, por primera vez en meses dormí profundo y sin interrupciones.

Pero ya saben lo que pasó. Después de eso, subsidió mi afán por arreglar el aire. Por mí que el techo se venga abajo, mientras que tenga mis tapones cómoda y silenciosamente puestos en mis orejitas y duerma plácidamente.

¿Será que esta es una metáfora de la vida? Cuando tenemos problemas estamos apurados por resolverlos, hasta que encontramos un “tapón” que los disimule y nos haga olvidarlos momentáneamente.

Ayala… Qué mal. Por más rico que durmamos, ¡a la larga es mejor quitarse los tapones y resolver las cosas!

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