el café con teclas
Tipos de gente
Parada en la mitad de la calle, sudando bajo el sol, con la cartera en una mano y el celular pegado a la oreja con la otra, no estaba pasando mi mejor momento. Un carro había hecho un giro indebido en su luz roja y me chocó.
El estruendo fue peor que el daño, pero mi malestar era grande. Acababa de salir del salón de belleza y me dirigía a mi casa para almorzar. Mi plácido recorrido se vio truncado de forma imprevista.
Pasado el susto y el enojo, me bajé a inspeccionar el carro. A la edad que tengo, gracias al cielo, nunca había estado involucrada en accidentes de tránsito, así que no sabía qué hacer ni a quién llamar.
Increíblemente, nadie que conozco se sabía el teléfono de la Autoridad del Tránsito. Ni mi hijo, ni mi mamá, ni mis amigos, ni siquiera la señora de la aseguradora. Así que, como esta columna es multipropósito, antes de seguir con mi relato les voy a explicar que, cuando uno se choca (suponiendo que fue algo leve y que los carros todavía funcionan), lo que se debe hacer es tomarle fotos a los vehículos involucrados desde varios ángulos (al menos tres), antes de sacarlos de la vía pública para no entorpecer más el tráfico pesado de nuestra ciudad. Después de eso, esperar a que venga la gente del seguro para hacer todo el papeleo pertinente.
Esa llamadera y tomadera de fotos es lo que estaba describiendo al principio de esta columna, y rebobino a ese momento exacto en que me di de cuenta de lo egocéntricas que pueden ser algunas personas, y lo noble que pueden ser otras.
Porque ahí parada en la mitad de la calle, con la defensa del otro carro tirada por un lado y mi auto golpeado por el otro, no puedo explicar lo contrariante que me pareció que algunos otro vehículos TE PITEN y se molesten porque hay un CARRO CHOCADO en la mitad de la calle. Ey, lamento haber tenido un accidente y que sea una inconveniencia PARA TI. En serio, perdón.
Ya estaba rabiando por eso, cuando otro carro aminoró la velocidad, bajó la ventana y me preguntó “¿estás bien?”. Achurré los ojos para ver si esta buena samaritana era alguna amiga, pariente o al menos conocida mía, pero no. Era una total desconocida, que además me preguntó si necesitaba algo o si me podía ayudar. Mi mal humor se esfumó. Hubo otras personas que mostraron el mismo nivel de civismo y reivindicaron mis pensamientos previos hacia la raza humana, o al menos hacia mis furibundos conciudadanos.
A partir de esa situación decidí hacer el esfuerzo consciente de tratar siempre de ser parte del segundo grupo, porque los del primero me parecieron unos antipáticos.