el café con teclas
Un avión en mi bolsillo
¿Saben qué es mejor que encontrar un billete de $5 en tu bolsillo? No, no es meter la mano y descubrir uno de $10 o $20.
La pandemia ha ido raspando la superficie de nuestra existencia, como quien va removiendo de la pared pintura seca con una espátula. Y debajo del color blanco encuentras azul, y debajo del azul encuentras una capa de amarillo… Lo que en un entonces parecía que tenía una razón de ser, ahora nos sorprende y chilla. Como la ropa, por dar un ejemplo.
En los últimos meses, me he preguntado más de una vez, “Sarita, ¿por qué tienes tanta ropa manga larga?”, cuando me he dispuesto a elegir mi atuendo del día. Verdad, que hasta hace un año, trabajaba en una oficina que parecía refrigerada. Y solía viajar. ¡Cuánto viajaba!
Pero ahora, esas camisas que aislaban mis brazos del aire acondicionado, y mis sofisticadas chaquetas, se han vuelto miembros de un equipo que solo calientan la banca. O hacen una aparición esporádica en algún Zoom especial.
Hasta la semana pasada, en que saqué mi blazer rojo. No fue nada extraordinario. Me lo puse para tomarme una foto, pero al saludar mi imagen en el espejo, me gustó lo que miraba. Y decidí salir así, sin importar que afuera el sol de verano fulguraba.
En algún momento de la tarde, metí la mano en mi bolsillo, y la yema de mis dedos se topó con un rectángulo doblado en dos. Probablemente la envoltura de un chocolate que no boté en su momento, pensé mientras lo sacaba. Pero al inspeccionarlo, mis ojos sonrieron con nostalgia.
“Museo Frida Kahlo”, anunciaba en una esquina el tiquete de entrada. Enero de 2020, recordé. El penúltimo viaje que realicé, antes de que este drama iniciara.
Fue un periplo de dos días a México, donde fui invitada para conocer la nueva colección de Michael Kors.
Mientras el avión descendía sobre la ciudad, me llamaron la atención los taxis rosados que circulaban por las avenidas. El alojamiento en La Condesa me pareció encantador, y volví a trazar el recorrido que hice por las tranquilas calles, en busca de un mercadito que vendiera dulces de chile y tamarindo, -un encargo de mis hijos.
Evoqué el frío que me sorprendió esa noche en el rooftopdel hotel y el alegre coctel de bienvenida que ofrecieron nuestros anfitriones.
Empezamos temprano el día siguiente. Al llegar al evento, mis ojos lujuriaron estampados florales y piezas de cuero. Puedo escuchar la música. Tomamos mimosas y muchas fotos. Era una mañana gloriosa.
Almorzamos en un pintoresco restaurante con vista al Zócalo, y los platos típicos desfilaron sobre la mesa. Probé con gusto varios, pero cuando me pasaron los chapulines fritos, dije sencillamente “no gracias”.
Las actividades del día culminaron con la visita al Museo Frida Kahlo, y puedo verme doblando mi tiquete, y archivándolo en el bolsillo de mi blazer rojo, mientras admiraba distraída mi colorido entorno.
La pandemia nos ha enseñado a desarrollar nuevos talentos. El más reciente para mí ha sido viajar con un papel en el bolsillo.