Uniformes, hola y adiós

Parece que fue la semana pasada cuando me estaba preguntando en qué iba a entretener a mis hijos durante las vacaciones para que no me volvieran loca con sus travesuras y ocurrencias, y miren pues, ahora ando puliendo los últimos detalles para su inminente regreso a clases. Eso significa incontables vueltas para comprar útiles, conseguir libros, y para las mamás más diligentes, horas enteras forrándolos con papel contact, una destreza que nunca desarrollé. Así que los libros de mis hijos se van pelados; ¡que los cuiden bien!

Un tema que cada año me deja pensando es la cuestión con los uniformes. En mis tiempos yo usaba los míos hasta que dejaran de quedarme. Antes de volver a clases mi mamá me mandaba a medírmelos, y si ya las faldas no me cerraban o me quedaban cortas, se las pasaba a mi hermana menor. O su calidad era non plus ultra o en verdad yo sí sabía cuidar las cosas.

Mis hijos, en cambio, varones que son, no terminan la primera semana de clases y ya llegan con huecos en las rodillas de sus pantalones y una que otra mancha de lodo. Si no me falla la memoria, el año pasado uno de los bandidos regresó en esa facha el primer día de clases. ¡El primero! Al exigir una explicación, me contestó: “Es que jugué fútbol en el recreo”. Qué lindo, ¿no?, imaginar al chiquillo barriendo el balón sobre la grama con su recién estrenado uniforme… ¡Espero que por lo menos haya metido el gol!

El fútbol en el recreo también es responsable de bastas sueltas, tiros completamente descosidos y los zapatos que parecen bocas con las suelas despegadas, por no decir que quedan destrampados. Pero ese es solo un detalle.

Otro de mis hijos, cuando llegó a primaria, pasó por una fase en que tenía una fijación con la tijera y cortaba su uniforme con ella. Nunca supe si era ansiedad o aburrimiento durante las clases. Lo cierto es que cuando la maestra le decomisó el objeto punzocortante (en realidad era una tijera con punta roma), ya era tarde para algunos de sus pantalones. Pero los otros encontraron igual suerte con la punta del lápiz y la pluma, que les dejaban marcas que parecían de comején.
Por último, pero igual de relevante, está la hora del almuerzo.

Sobrevivir el comedor también es un reto para las pobres camisas, que se les dificulta salvarse de las manchas de kétchup, jugo y salsa de carne molida. Y la clásica, que usen las mangas de la camisa como servilletas.

Mucho antes de que lleguen las vacaciones de medio año ya los uniformes están pidiendo clemencia. Trato de limpiarlos, remendarlos y emparcharlos, pero es un esfuerzo fútil. Como dije en una columna previa, para el último día de clases nada es rescatable y todos están listos para ser reciclados como harapos.

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Un comentario

  1. sarita!!! muy bueno el comentario de cortar el uniforme con las tijeras!!! eso lo hacia mi hija!!!! me has hecho REIR!! pensé q solo me pasaba a mi!!!

    saludos

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