el café con teclas
Y ‘just like that’…
…ENCONTRÉ UNA BUENA PELÍCULA.
Las películas son como naves. Algunas te permiten visitar el pasado, pero esa es una travesía que muchas veces no me entusiasma realizar.
En más de una ocasión el remake de una cinta ha sido un pisotón que aplasta implacable la magia de la original. Algunas secuelas te ilusionan con la promesa de reconectarte con personajes queridos, ver el desenlace de temas inconclusos o explorar nuevos argumentos. Sin embargo, terminan destrozándolos.
Eso fue lo que me pasó con la anticipada serie And just like that, que recoge las historias de Carrie Bradshaw y compañía, 18 años después de haber concluido Sex and the City.
No voy a pretender que esta era una serie para puritanos. Las aventuras diarias y amorosas del cuarteto eran irreverentes, escandalosas y divertidas.
Pero nada me preparó para el festival de perdición que supuso para mí la secuela: una mujer casada que se involucra en una relación lésbica, una niña que decide que tal vez es niño, la noción de que los progenitores deben apadrinar los trastornos de sus hijos, e insinuar racismo, donde no lo hay, son algunos elementos de la trama.
El entretenimiento se ha convertido en una forma no tan sutil de normalizar todo aquello que está torcido en el mundo. Y así fue que, just like that, cancelé mi recién adquirida suscripción a HBO Max.
Por eso, no tenía expectativas con Top Gun. De hecho, ni sabía que 35 años después de haber surcado los cielos a toda velocidad, Tom Cruise regresaba en su papel estelar de Pete «Maverick» Mitchell, hasta que la maquinaria publicitaria me puso al tanto.
La fui a ver hace unos días. Me encantó.
Desde que inició con los acordes musicales de la banda sonora original, gocé cada momento de la cinta. Lo acredité al argumento, los actores, sus interpretaciones, y el guiño nostálgico a los años de mi adolescencia, cuando vi la primera película en el cine Ópera.
Recordé que mi hermana menor tenía un poster en nuestro cuarto de Tom Cruise, y siempre decía que se iba a casar con él.
Pero mientras bajaba las escaleras a la salida del cine, una vez concluida la película, caí en cuenta de algo: acababa de disfrutar una producción entretenida, sana, sin vulgaridad, pornografía, ni ningún elemento en la cada vez más larga lista de causas liberales -algo que hoy en día ni siquiera se puede decir de las películas de Disney.
Con decirles que me llamó la atención que en el filme, el país enemigo que los pilotos de Top Gun tenían que confrontar, ni siquiera tenía nombre. Pudieron llamarlo Rusia, China, Kazajistán, o inventarle uno. Pero quedó como un rival anónimo, algo que me pareció un buen detalle.
El entendimiento de que aún es posible que los estudios cinematográficos realicen una producción taquillera, aclamada por la crítica y entretenida, sin utilizar ningún ingrediente que me provoque un sabor rancio, me dio felicidad, al menos por ahora.