Ya no hay bebés

Llegó diciembre, con todo lo que involucra. Además de las festividades navideñas, Hanuká y lo demás, es la temporada de las graduaciones. Entre hermanos, sobrinos e hijos, sumando parvulario, primer ciclo y secundaria, creo que he tenido al menos una graduación al año por los últimos 20 años.

Pero la de mañana es la más especial. Mi chiquito se gradúa de kínder, y si antes ya era obvio, ahora ya será oficial: mi bebé se me creció, y ya hasta el apodo de bebote se le quedó chico.

Ya le tengo listo su uniforme de gala, y antes de poner el despertador me pregunto, ¿dónde se fueron los años? Mi chiquito pasa a primaria. Por si fuera poco, contemplo que el otro año mi hijo mayor termina la secundaria. A todo esto, cuando yo voy a la escuela me parece que fue hace un brinco cuando me sentaba con mis amigas a echar cuentos en las escaleras, o iba a la enfermería fingiendo dolor de garganta para que me dieran una Valda…

Tengo nostalgia, ¿se me nota?

También estoy rememorando cómo le fue a cada uno de mis hijos cuando entró por primera vez a la escuela. Al mayor lo despaché al año y medio. ¡Al año y medio! Pobre cosa, era apenas un bebé… En serio, ¿en qué estaba pensando?

En cambio, el chiquito tenía tres años pasados y todavía no lo matriculaba en ningún lado. No faltaba quien me preguntara, ¿y este niño por qué no va a la escuela? Pero no, yo no tenía ningún apuro. Creo que la primera vez que lo monté en el busito colegial los únicos ojos húmedos eran los míos. A diferencia de otro de mis hijos, que lloró tanto que cuando regresó y le pregunté: ¿qué hiciste hoy en la escuela?, me contestó: “Lolé, jugué y lolé” (o sea, lloró, jugó un rato y después siguió llorando).

Este es a penas un paso para mi chiquito. Le falta mucho recorrido por andar y ahí estaré para acompañarlo. Pero no es lo mismo. Lo he visto con mis otros hijos. Van creciendo y se van independizando. Eso es bueno, lo sé, pero igual.

Atrás quedarán los primeros días de clases cuando los llevaba de la mano. Los actos típicos en que con ilusión me buscaban entre el público con sus ojitos desde la tarima. Las visitas a la escuela cuando lo primero que me decían es: “Mami, ¡me quiero ir contigo!”. En que se ponen tan felices de verte cuando entras a hacer una actividad en su salón, que se les ilumina y transforma la carita.

Cuando visito a los más grandes, salen huyendo. Les da pena que los salude. Si coincido con la hora de la salida les pregunto si se quieren ir conmigo y me contestan que prefieren ir en el bus con los amigos.

Así es la vida. Es parte de crecer, madurar e independizarse. Para ellos como hijos y para mí como mamá.

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Un comentario

  1. Recordar es volver a vivir esta maravillosas experiencias …..todavía tienes mucho para gozar ……hasta 3ero y yaaaaaa.

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