Ya no suena el teléfono

La otra noche estaba echando cuentos con mis hijos a la hora de la cena. Les estaba contando cómo fue la primera vez que su papá me llamó para invitarme a salir, y cómo Jackeline, mi muchacha, vino a avisarme que tenía una llamada de “alguien” en la línea 2 de mi casa. “Espera”, me interrumpió mi hijo mayor. “¿A ti te llamaban a tu casa?”, me preguntó incrédulo, haciendo mucho énfasis en la palabra “casa”. “Sí, digo, ¿a dónde más querías que me llamaran?”, respondí. Me tocó recordarle que en esa época no había celulares. ¿Y saben qué me contestó? “Qué dark”.

Y sí, era muy dark, porque en esa época había que ser bien valiente para llamar a una chica, considerando que el teléfono podía ser contestado por cualquier persona, desde un padre sobreprotector, una mamá preguntona, hasta algún hermano impertinente. “Saritaaa, teléfonooo… Te llama un tipooo”, vociferaban algunos por pereza de pararse y avisarte como gente. O peor, cuando ya había centrales telefónicas te voceaban con page por toda la casa. O sea, no había privacidad, y podía pasar de todo, desde preguntas fuera de lugar hasta comentarios indeseados tanto a la persona que estaba llamando como a uno mismo después de que cerrabas la llamada. ¿Quién era, hijo de quién, qué dijo, qué quería?, son algunas de las preguntas nivel inquisición que recuerdo.

Los jóvenes de hoy se salvaron… no tienen que lidiar con nada de eso. Yo ni me entero de cuál de mis hijos habla con quién, ni cómo, ni cuándo.

Qué tiempos los míos… Cuando llegabas a la edad en que otras personas de hecho querían hablar contigo, cuando sonaba el teléfono de la casa corrías a contestarlo, antes de que se te adelantaran y respondiera otro. Pero eso tenía un doble filo, ¡porque a veces hubieras preferido dejar el teléfono sonando!

Cuando se popularizaron los identificadores de llamadas podías darte el lujo de no contestar aquellas que provenían de indeseables. Antes de eso, si yo contestaba y la voz de alguien que estaba tratando de evadir me decía “Aló, ¿Sarita?”, yo contestaba “Ella no se encuentra; habla Ariela”, jajaja, qué malvada que era.

Si estabas hablando confidencias con tu mejor amiga, tenías que tener MUCHO cuidado de que más nadie levantara una extensión del teléfono en otra parte de la casa y espiara en silencio. Por eso, lo más grande a lo que podías aspirar era a tener una línea privada en tu cuarto, pero qué va. En mi caso ese fue un sueño que jamás se materializó.

El teléfono como que se está quedando obsoleto. Hoy en día lo uso más que nada para hacer llamadas, porque el de mi casa casi ni suena. Y cuando suena, hace ring, ring, ring y nadie lo contesta. ¿Para qué? Nadie está esperando llamadas ahí. Para eso están los celulares. La única gente que llama son los de Cable & Wireless para ofrecerme de nuevo su servicio de internet, y esta mañana tempranito una señora del Club de Leones para venderme un boleto de no sé qué cosa. Por lo demás, casi nada.

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