Esperanza, vete

Cuando estaba encinta de mi último hijo supe que iba a ser un varón desde que mi barriga cumplió dos meses. Si hubiera podido salir de dudas antes, lo hubiera hecho.

Me da pena admitirlo, pero aquí ya nos conocemos y no tenemos secretos, así que les voy a confesar que ese día lloré como una desaforada en el consultorio del doctor. Y no me callé más que para dormir por los siguientes días. No creo que eso me hace mala persona, solo me hace una humana ligeramente hormonal con una ilusión rota.

Tienen que entender que desde que peinaba a mis muñecas y escribía en mi diario soñaba con el día en que tuviera una hija. Y aunque la pantalla del ultrasonido era incuestionable (iba a ser varón sí o sí), después de tres días, cuando paré de llorar, llamé a sacar cita donde otra doctora, porque en mi cabeza decidí que mi doctor se equivocó y mis ojos vieron mal.

Obviamente la segunda doctora confirmó lo que me había dicho el primero, pero igual me fui así los siguientes siete meses, aferrándome a cualquier estadística lejana e improbable de errores en la interpretación de ultrasonidos. Hey, todo es posible.

Si se quieren reír un poco más, hay personas que cuando tienen dificultad para dormir se ponen a contar ovejas. Yo no. Cuando tenía insomnio me ponía a sumar en mi cabeza la lista de invitadas para el baby shower de última hora que iba a organizar cuando naciera mi niña.

¿Por qué les cuento todo esto? Algunos lo llamarán estupidez; ahora me doy cuenta que era negación, pero yo le decía esperanza. Y como habrán escuchado, lo último que se pierde es la esperanza.

Yo consideraba este lema como algo bueno, pero ahora que lo pienso, en verdad no lo es tanto. ¿Saben por qué? Porque hay que aprender a aceptar las cosas como vienen y como son. Es bueno soñar, querer, buscar y tratar. Pero hay un límite para todo, en especial cuando las cosas no dependen de uno.

La historia de arriba es solo un ejemplo, -muy tonto por cierto. Todos los hijos son una bendición. Pero hay tantas, tantas, tantísimas cosas que debemos aprender a aceptar, dejando la terquedad de lado. No les diré cuáles; cada quien sabrá cuál es el muro con el que le gusta estrellarse, o el que trata pero no puede esquivar.

Carencias en las personas que queremos, relaciones fracasadas, hijos que no siguen los deseos de sus padres, que no prosperen iniciativas para las que no estamos dotados…

No estoy tratando de torpedear los sueños de nadie. Tener ilusiones es bueno. Pero hay que tener la cabeza en las nubes, sin despegar los pies de la tierra.
Porque como ven, todo en exceso es malo. Y la esperanza no es la excepción.

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