El incidente con el taco

UN DRAMA EN MI COCINA.

No me siento a hacer tareas con mis hijos. Tampoco les preparo comida a medianoche. Estoy clara en que no soy la mejor mamá del mundo, pero vamos, que tampoco soy la peor. Sin embargo, ese es el título con el que fui catalogada por el más porfiado de mis hijos, Cosa 4.

“¡Volví!”, exclamé ese día, como siempre lo hago, cuando llegué a mi casa.

Mi rutina es ir directo a mi cuarto a soltar una cartera que me pesa y desmontarme de unos zapatos que me aprietan. Si me encuentro a alguien en el camino, me detengo y saludo, pero por lo usual, que esperen.

El día en cuestión venía, además, cargando bolsas y chécheres, por lo que solo me asomé a la cocina, de donde provenía el barullo habitual.

Ahí me encontré a Cosa 4 cenando, totalmente desentendido de la ley vigente de que todos debemos comer juntos.

Al preguntarle al respecto, me respondió que tenía hambre, mientras llenaba un taco con chile con carne y se lo llevaba a su boca.

Me di la vuelta para ir a formalizar mi rutina, cuando de pronto gritó “¡Mami, mami!”.

A pesar de la urgencia en su voz, no le hice caso, porque la última vez que me llamó de esa forma, fue para pedirme que le llevara un vaso de agua -con hielo- a su cama. 

Resulta que el susodicho alega que se estaba atorando con un pedacito de taco, y en vez de socorrerlo, respondí, “Ya vuelvo, voy a dejar mis cosas en el cuarto”.

Uff, qué dramático este hijo mío. Lo escuché llamándome, y si podía hablar, obviamente estaba respirando. Y si estaba respirando, podemos concluir que su tráquea estaba despejada y NO se estaba ahogando.

Pero según él, mínimo debí tirar todo al piso y correr a brindarle primeros auxilios.

No creo que soy la peor mamá del mundo, pero sí la más práctica. 

“A la próxima”, le dije, “tómate un vasito de agua”.

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