Gasolina para hoy; hambre para mañana

MI DILEMA CON EL SUBSIDIO.

Demoré, pero finalmente llegué a la gasolinera. La lucecita en el tablero llevaba días encendida, y el tanque de reserva estaba haciendo lo suyo.

Cuando llegó mi turno, bajé la ventana y anuncié espléndidamente: “Me lo llena, por favor”. ¡Ni cuando le echo kétchup a las papas me siento tan generosa!

Desde que se formó el melele con los cierres y las protestas, no había pasado por la bomba de gasolina. Por eso, me tomó por sorpresa cuando el despachador me preguntó: “¿Con subsidio o sin subsidio?”.

Emmm, buena pregunta. Tan buena, que comencé a deshacerme en una crisis existencial.

Por un lado, la voz que me decía: “Sarita, no lo necesitas”, y por otro, la que respondía: “¡Pero lo quiero!”.

No miento, escuché hasta la opinión de Nito como un susurro en mi cerebro. En ese instante, casi utilizo el subsidio solamente para llevarle la contraria. Me complace haber dominado mi lado infantil, con un “Sarita, ¡madura!”.

Aun así, seguía la discusión en mi cabeza. Traté de bajarle el volumen, pero no pude.

La realidad es que pago todo lo que me corresponde pagar como ciudadana de esta noble nación; sin embargo, no accedo a ninguno de los beneficios a los que tengo derecho. Ahora, finalmente, llegó algo que sí quisiera aprovechar.

El detalle es que no es un regalo. Un subsidio significa que el Gobierno está cubriendo la diferencia entre el precio de importación y los $3.25 que ahora pagarán los que decidan utilizarlo. Ustedes entenderán que el dinero del que dispone el Estado es, en gran medida, el que ponemos nosotros mismos. 

Hay quienes opinan que, precisamente por eso, van a utilizar el subsidio. Alguien más pragmático me dijo: “para que se la roben otros [el dinero del Estado], mejor lo uso yo”.

Puede ser, pero lo cierto es que en la vida nada es gratis, y estoy segura que pagaremos este auxilio, más adelante, con intereses.

Yo no quiero subsidios, maracas ni chupetes. Deseo soluciones; no distracciones.

Pagué la gasolina y me fui. Como el Llanero Solitario, me alejé de la estación hacia el ocaso. Y si mi carro fuera un caballo, le diría “Hi-yo, Silver”.

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