La influencer

UNA SAGA.

Hace poco llegué a los 49 años pensando que ya lo había visto todo. Pero luego abrí una cafetería y me di cuenta de que no…

Era un domingo en la tarde, El Café con Teclas lleno. De pronto, entra una pareja con celular y un palito para tomar fotos en mano. Como propietaria, me emociona recibir clientes, así que como siempre, me acerqué a saludar y presentarme. Ella, a su vez, me dijo su nombre y el de su acompañante. Jamás había visto o escuchado de ninguno de los dos.

Al rato, me llamó Cosa 4 a preguntarme cómo iba todo, y le comenté sobre esta pareja. Ella posaba con su carterita Chanel frente a mi exhibición de tazas, mientras su acompañante (el novio) hacía de camarógrafo. Cuando le dije el nombre de la chica, Cosa 4 repuso “Ella es medio famosilla. Tiene un montón de followers”.

Cuento corto: se sentaron, y cuando terminaron de comer y tomarse fotos, se marcharon. Todo bien hasta que se me acercó preocupada mi gerenta, a preguntarme si ellos son amigos o invitados míos. Le contesté que no, a lo que me respondió mortificada “Es que se fueron sin pagar”.

Me quedé como el emoji de los ojitos pelados. Quisiera darles el beneficio de la duda, pero sinceramente pienso que estas cosas pasan porque, como sociedad, le hemos dado plataformas masivas a personas sin ningún mérito o aporte discernible. Hemos creado entes que crecen y se alimentan de seguidores (muchas veces comprados), y se pasean por la vida sintiéndose superiores a los demás.

La contacté por Instagram para cobrarle, y pagó. Pensé que allí quedó el tema, hasta que dos semanas más tarde una amiga me envía un reel y me dice: “Mira, hizo un video en tu local pero ni te menciona”.

Mis ojos veían el video, pero mi cerebro exclamaba “déjame asimilar esta vaina”.

Resulta ser que la chica regresó a la cafetería en otra ocasión y procedió a quedarse una hora filmando un video para promover una marca de carteras, interfiriendo con el movimiento e incomodando al personal.

Le escribí en los comentarios que nos hace felices que encuentre nuestro café apropriado para crear contenido, solo que se le olvidó darnos crédito o etiquetarnos. Su respuesta fue: “Si gustas que te realice menciones o te etiquete, con gusto te envío mi media kit para que conozcas mis precios”. Esto es tan descabellado, que hasta da risa: creer que puedes ir a lucrar sin autorización a un establecimiento privado, e insinuar que la que debe pagarte es la dueña.

Los clientes comunes y corrientes (y la gente en general), no se conducen de esta manera.

Como nueva empresaria, me halaga que quienes nos visitan quieran tomarse fotos y hacer videos en El Café con Teclas, porque me esmeré para que sea un espacio lindo y acogedor. Me hace feliz recibir clientes, conocer mis lectoras, platicar con todos y que se sientan en casa. Esa es la razón de ser de mi cafetería.

La verdad sea dicha, también he tenido experiencias maravillosas con otras creadoras de contenido, que han sido genuinas, desinteresadas y sobre todo educadas. Me encantaría ver más de eso: personas que sepan que muchas luces pueden brillar a la vez.

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