Mascotas Indeseables

Es increíble, pero tarde o temprano nos convertimos en nuestros padres. Es algo inevitable.

Cuando yo era chiquita, amaba los animales en todas sus presentaciones. Con decir que cuando tenía 3 o 4 años, me paraba en la acera frente a mi edificio, y vigilaba que nadie pisara las hormigas al caminar.

Pero mi mamá los odiaba. Tener una mascota siempre era una lucha, porque ella era de la idea que entre más chicos, menos bulla y menos interacción tuvieran los animales, mejor. Peces y tortugas eran mascotas aceptables. Los pollitos que me ganaba en los cumpleaños pasaban la prueba, hasta que comenzaban a aparecerles plumas y a cacarear, y de repente desaparecían misteriosamente (usualmente estando yo en la escuela). Los conejos, mientras permanecieran en su caja, limitados a la lavandería de la casa, no eran problema. Pero tener un perro, lo que yo más quería en la vida, ¡de ninguna manera!

(Para ser justa, debo admitir que una vez, cuando tenía como 10 años, me dejó comprar un perrito en la boutique canina Cuqui, del Supercentro El Dorado, pero eso no cuenta, porque la condición era que una pareja amiga que vivía en la casa de enfrente albergara y cuidara al perro. Digo, ¿eso qué chiste tenía?).

Pero un día, volviendo en el bus de la escuela, vi un señor vendiendo unos cachorritos en Vía Argentina. Apenas llegué a mi casa, me fui corriendo hasta allá. Me dijo que valían $20. Volví a mi casa, abrí mi alcancía, y solo tenía $14, pero se los llevé, el señor aceptó, y así me convertí en la feliz acreedora de un adorable perrito tinaquero. Ahora el problema era dónde meter este perro clandestino, porque en mi casa seguro no iba a ser bien recibido. Así que lo metí en secreto en el baño del área social del edificio, que igual nadie usaba. Todos los días visitaba a mi perrito antes de irme a la escuela y apenas regresaba. La cosa iba bien hasta que el conserje me dio un ultimátum: que desalojara al perrito o lo desalojara.

Mi mamá, que Dios la bendiga, se dio cuenta que yo estaba preocupada por algo, y cuando después de mucha insistencia le conté mi dilema, en vez de regañarme se compadeció y me dejó subir el perrito a la casa «mientras le consigues otro lugar donde vivir», advirtió. Eso no hizo falta, porque el pobre perrito no duró ni 4 días (eso es lo que pasa cuando uno compra un perrito de $14 a un vendedor de dudosa procedencia).

Quisiera decir que con esa experiencia escarmenté, pero lo cierto es que cada vez que podía, metía un animal de contrabando en la casa. Mi mamá pegaba el grito al cielo y decía: «¡Saca este animal de aquí! Cuando seas grande y tengas tu propia casa, ¡compra todos los perros que quieras!».

¿Pues adivinen qué? Soy grande, tengo mi propia casa, varios hijos que me lloran que les compre un perro, pero ahora que puedo, ¡no soporto la idea de tener un perro en la casa, haciendo de las suyas por ahí!

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5 comentarios

  1. Me encanto tu pagina Sarita!
    Me identifique con el articulo de la dieta, esta es la historia de MI VIDA!!!! Ni el mundo de la moda ni Karl Lagerfeld ni nada puede contra las voces muy conocidas de los carbohidratos en la noche!!!
    Love u

  2. Sari, me encantó!! Yo tb era una amante de los perritos de chica pero mascotas no eran bien venidas…ahora solo en la playa, los adoro pero en la casa NUNCA! Todas nosotras cuando nos volvemos mamás, sin darnos cuenta terminamos pensando como las que tuvimos (por mas q cuando eramos chicas juravamos q pensariamos diferente….) suerte

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