No todo lo que brilla es oro

Para mi sorpresa y enorme alegría, un amigo que se fue de viaje me trajo de regalo una caja de chocolates que amo, que no existen en Panamá.

Pero cuando me los dio, yo estaba a dieta (para variar), y además, son tan inconseguibles que decidí racionarlos, y guardarlos para una ocasión especial (como por ejemplo, un día en que no estuviera a dieta). Nada más manejar de regreso a mi casa con ese suculento e inesperado botín, sin abrir ni un solo chocolate en el semáforo, requirió un esfuerzo supremo de mi parte.

Cuando llegué a mi casa, los guardé en una tablilla de mi closet, y pensé «Ahí se quedan hasta nuevo aviso». Pero ya se imaginarán que cada día era una prueba para mi fuerza de voluntad, resistiendo la tentación de comerme tan siquiera uno. Cada vez que abría mi closet, casi podía escuchar los chocolates susurrando «¡Cómeme, cómeme!», y se me hacía agua la boca. No exagero cuando digo que estos chocolates son deliciosos; lo más rico que existe en el mundo.

Así pasé los días, con la idea que el momento en que terminara la dieta, celebraría con un delicioso Chocotejas. Yo sé que no tiene sentido celebrar que hayas adelgazado, engordando de nuevo, pero bueno, qué les digo… Así es mi mundo.

Llegó el tan esperado día. Cuando agarré la cajita, mis manos me temblaban con anticipación. Mi cerebro ya estaba saboreando uno de los 6 pedacitos de gloria envueltos que vienen dentro de la caja. Pero cuando la abrí, y saqué uno, quedé aturdida. En vez del color verde característico del envoltorio, venía en naranja. Eso no me latía a nada bueno. Cuando abrí el papel, ¡horror! En vez de chocolate con caramelo, dulce de leche y pecanas, encontré algo que no sé que es, pero sabía a frutas con algo que parecía chocolate blanco, pero no era. Me trajeron el chocolate equivocado, ¡qué decepción!

Y todo ese tiempo, yo pensando que tenía algo valioso, especial, difícil de conseguir, rico, que valía la pena. Algo que consideraba lo suficientemente bueno como para guardar con tanto celo para una ocasión meritoria, ¡pero qué va! Era una vil ilusión, una farsa. Y para colmo, tenía pasitas. Y odio las pasitas.

El lado positivo de este chasco es que menos mal se trataba de un simple chocolate. Cuántas veces no nos equivocamos con cosas más importantes en la vida, aferrándonos a cosas que pensamos son meritorias, pero que en verdad no valen la pena. Perdemos oportunidades y sacrificamos tiempo valioso, persiguiendo quimeras.

No todo lo que brilla es oro. Y en este caso, era solo un chocolate impostor.

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5 comentarios

  1. Sarita, aprendí de la vida que uno no se arrepiente de nada de lo que hizo porque en el momento de hacerlas tenías todas las intenciones, que te haigas equivocado y aprendido de ellas es otra cosa! Quien sabe desde ahora te gustara ese chocolate y quien sabe hasta las pasitas!

  2. 100% a todos los comentarios… Cada situación en la vida brinda una oportunidad de aprender y crecer. Pero también hay que saber darle prioridad a las cosas importantes, y soltar las que no lo son. Cuántas personas sacrifican tiempo valioso con sus hijos, por estar trabajando; cuántos no persiguen sus sueños, por estar amarrado a un trabajo que no les gusta; cuántos dejan pasar relaciones sentimentales valederas, por estar pensando en alguien que no les conviene…

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